EL MOVIMIENTO OBRERO ESPAÑOL DURANTE EL SEXENIO (1868-1874)

Entrevista a Rafael Flaquer

Publicada por REVISTA DE HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

Marzo de 1980 nº 2 UAM


El 11 de febrero

PREGUNTA.— ¿Cómo responde la Gloriosa, la Primera República y la Restauración Borbónica a las aspiraciones del proletariado?

RESPUESTA.— Ante todo deseo hacer una aclaración previa. Las respuestas a esté amplio temario van a estar condicionadas en su totalidad a la información que nos ofrece el estudio de la prensa obrera publicada en Madrid y que cubre este fecundo período de nuestra historia, siendo esos periódicos La Solidaridad, La Emancipación y El Condenado. El primero se conserva en la Hemeroteca Municipal y los dos restantes en la Biblioteca Nacional.

Muy sucintamente yo diría que la "Gloriosa" representa la culminación de un largo proceso iniciado a finales de la década de los años treinta y que sitúa al mundo asociativo obrero en la legalidad, con miras a poder unir sus fuerzas para enfrentarlas al capital, ofreciéndole además una serie de amplias posibilidades (libertad de prensa, reunión, etc.) para materializar sus propósitos. "La Primera República" constituye una nueva vía legal por la que el proletariado podría profundizar en todo lo positivo que había traído consigo la revolución septembrina, alejando el peligro de que se llevase a la práctica el decreto de Sagasta de 17 de enero de 1872, por el que se había declarado ilegal a la A.I.T., aunque pronto los ánimos obreros se vuelven contra ella al considerarla demasiado moderada y burguesa como

para que fuese la meta de sus aspiraciones y el paso previo para la implantación de la verdadera democracia que era la "república del trabajo". Y, finalmente, la "época restauradora" operaría en favor de una revitalización del movimiento asociativo —podríamos denominarlo el tiempo de madurez—, aunque con unas matizaciones y unas diferencias muy notables con respecto a la etapa histórica anterior, que, desgraciadamente, no hay tiempo para especificar.

P.— ¿Significa mucho la Revolución Septembrina para el asociacionismo obrero? ¿Cuántos afiliados contaba éste antes y después del hecho mencionado?

R. — Significa, desde la perspectiva de los hombres del momento, la culminación de una larga y accidentada lucha por conseguir dentro de la ley la creación de asociaciones que les permitiese aunar sus fuerzas y planificar su estrategia. Pensemos con qué optimismo debieron acoger al nuevo régimen salido de Cádiz, cuando sus aspiraciones, que arrancan del lejano año de 1839, habían sido sistemáticamente rechazadas, y cuando en la práctica se desarrollaban en la clandestinidad desde abril de 1857, pues la R.O. de junio de 1861 era tan limitada e imponía tantas restricciones que no la tomamos en consideración. En definitiva significa pasar de lo secreto a lo público, de la clandestinidad y persecución a la abierta actividad con posibilidad de participar o influir en el juego político. Pero, sobre todo, yo diría, que significa la esperanza de poder hacer realidad lo que durante tanto tiempo sólo fueron ideas en las mentes, al tiempo que se les presentaba la oportunidad de cimentar un entramado asociativo.

En cuanto a responder a la segunda parte de la pregunta la cosa no es nada sencilla. El recuento de los encuadrados en las distintas asociaciones obreras plantea ya de entrada un obstáculo que, por el momento, es insalvable, pues difícilmente podemos llegar a conocer su número con anterioridad a la "Gloriosa" por cuanto la mayoría del tiempo se hallaban en la clandestinidad, como ante he hecho mención. De todos modos, y sólo como punto referencia!, podemos decir que la huelga general de julio de 1855 —la primera que protagoniza la clase obrera española— moviliza, según Francisco Mora, a unos 40.000 trabajadores, así, si bien no es factible por ahora conocer ese número de afiliados sí al menos la capacidad de respuesta que los líderes del momento obtenían a sus llamamientos. Y con posterioridad a la "Gloriosa", tampoco el camino es fácil, pues las cifras dadas en los Congresos Internacionales, en los Nacionales, por el Consejo Federal, por los diferentes testigos del momento y por los distintos autores que han trabajado sobre el. tema, son sumamente dispares. Lo que sí podemos afirmar es que el número se incrementa año tras año y que en el período aquí abordado se duplica, pasando de unos 25.000 a 50.000, pero que tal contingente sólo representa, si tomamos los datos ofrecidos por el censo obrero español de Renné Lamberet para el año 1864, el 1,65% de toda la clase trabajadora.

P.— ¿Cuáles son las ideologías que arraigan en el movimiento obrero durante el Sexenio y cuál es la dominante?

R.— Para referirnos a las ideologías, hay que partir del conocimiento de que si bien en su modo asociativo —y, por ejemplo, este sería el caso específico de Madrid— los primeros centros obreros, ya desde los inicios de 1869, se vinculan a la Asociación Internacional de Trabajadores de Marx, reglamentariamente, por el contrario, se rigen por lo estatutos de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista de Bakunin. Y ello como consecuencia directa del viaje que el italiano Fanelli realiza a España, concretamente a Madrid y Barcelona, reciente aún el destronamiento de Isabel II, dejando los estatutos de la Alianza a los líderes con los que mantiene contactos (González Morago y Farga Péllicer, entre otros), creando así los primeros núcleos aliancistas en el seno de asociaciones oficialmente marxistas. Por lo tanto, la base ideológica nace ya bajo el signo de la contradicción y la confusión, inclinándose el favor hacia la facción bakuninista que copa las decisiones a adoptar en el Congreso de Córdoba (diciembre de 1872), tras su adhesión a los principios adoptados en el Congreso de Saint-lmier (septiembre de 1872 y el primero anarquista),. celebrado en respuesta al de La Haya que había expulsado de la A.I.T. a Bakunin y Guillaume, oficializando de este modo la escisión —que ya se intuía a raíz

del Congreso de Basilea, septiembre de 1869—, puesto que la respuesta marxista se materializa en la convocatoria y celebración de un nuevo Congreso eri Toledo (mayo de 1873), al que sólo acuden 5 federaciones locales, lo qe significa el fin de la sección internacionalista, aunque hay que decir que tímidamente ciertas divergencias ya son patentes en los artículos publicados entre finales de 1871 y principios de 1872.

P.— ¿Qué papel juega la prensa en la concienciación de clase y, en general, en el movimiento obrero?

R.— Creo que el problema hay que enjuiciarlo a partir de la conjunción de la prensa y de la labor que desarrollan las asociaciones. Qué duda cabe que la prensa jugó un papel muy importante, sobre todo, en cuanto a concienciar y como tribuna en la que explicitar no sólo una gran parte de sus conflictos cara al sistema político, sino también como foro para sus luchas ideológicas —hay quien ha dicho que la prensa es el notario de la realidad cotidiana—. Pero tampoco pot ello debemos sustraernos a la realidad, pues aquí no importa tanto la calidad de los periódicos como la cantidad de obreros que tenían acceso directo a ella, y, evidentemente, no me estoy refiriendo a la capacidad de utilizarla sino a la posibilidad de leerla. Recordemos que a finales de siglo se cita una población analfabeta muy próxima al 75% y, como se puede comprender, ese alto porcentaje no se localiza en las clases privilegiadas. Así que si bien la prensa jugó un papel muy importante, e incluso a veces decisivo, hubo necesidad de potenciar de modo paralelo las propias asociaciones, para que en su seno se adoctrinase y se debatiesen los problemas más candentes —las llamadas conferencias económico-sociales— al tiempo que se instruía a los obreros en toda una terminología política y económica.

P.— ¿Qué significa para el investigador un periódico de la época. Cómo debe utilizarse para obtener un análisis y aprovechamiento completo?

R.— Ante todo significa una fuente de primera magnitud por cuanto es portavoz, aparte de una posible línea ideológica, de una serie de demandas que se explicitan a través de ellos, aunque, como ya sabemos, los conflictos pueden, manifestarse también por otros conductos. No hay que olvidar que la prensa es la puntual informadora de la actividad social de cualquier país, y a partir de ahí recoge unas costumbres, unos usos, unas valoraciones e, incluso, una crítica, de todo lo que sucede a su alrededor.

Pero aunque su importancia es vital no por ello e debe rechazar la consulta de otras fuentes paralelas, sin que esa segunda opción tenga que mermar en nada las posibilidades de la prensa, sino que, en cierta medida, completa el panorama que pretendemos estudiar.

La metodología a utilizar, aún cuando requeriría matizaciones según de qué clase de prensa se tratase, debe estar orientada al análisis

e, exhaustivo de toda la información que ofrece, y no basarse exclusivamente, por ejemplo, en los editoriales, aunque esto depende de los resultados que deseemos obtener. Y al decir exhaustiva me refiero a abordar el estudio y análisis de los editoriales, críticas, informes, folletón, anuncios e, incluso, lista de suscripciones que mantiene.

P.— ¿Cuál es la distribución espacial de las sociedades obreras entre 1868 y 1874?

R.— De acuerdo a las noticias que nos ofrece esa prensa ya señalada al principio, a lo largo de todo el período he contabilizado hasta 171 lugares que poseen asociación o sociedad obrera. Su reparto por la geografía del país es enormemente dispar al tiempo que sugerente, pues oscilan entre casi las 50 radicadas en Barcelona y provincia, hasta sólo 1 que tienen nada menos que 17 provincias. De esas asociaciones un total de 77 se localizan en Cataluña (Barcelona, 47; Tarragona, 15; Gerona, 12; y Lérida, 3), o sea, el 45% de todas las existentes en España. Otra razón para avalar la importancia de Cataluña como animadora del movimiento obrero.

En cuanto a las secciones obreras, éstas alcanzan la cifra de 393 en todo el territorio nacional, volviéndosenos a adelantar de nuevo Cataluña al contar con el 52% de ellas, siendo la provincia que después más se le acerca, aunque a una gran distancia, Valencia con 32.

Es evidente, por lo tanto, la concentración que se opera en Cataluña y muy especialmente en Barcelona, gracias, qué duda cabe, a su mayor concentración de proletariado urbano e industrial frente al resto de España, si exceptuamos algunos centros ciudadanos muy esporádicos.

P.— ¿Cómo reacciona el movimiento obrero ante la escisión de septiembre de 1872 que se produce en la I Internacional?

R.— Ya sabemos que de un modo oficial la escisión se produce en el transcurso del Congreso de La Haya (septiembre de 1872). En España, el divorcio marxista bakuninista es anterior. A finales de 1871 se nos ofrece en la prensa proletaria claros indicios de un distanciamiento ideológico. La Emancipación, ligada a la A.I.T., arrecia el tono de sus artículos políticos en un intento de tomar posiciones —buen ejemplo de ello es el artículo de José de Mesa titulado "La Política de la Internacional" de 27 de noviembre de 1871, sobre todo a partir de la llegada a Madrid de Lafargue (diciembre de 1871), frente a lo cual los aliancistas fundarán El Condenado —su número 2°, primero que se conserva, es de febrero de 1872—, bajo la dirección de Tomás González Morago, que se convierte en el defensor de las ideas bakuninistas.

En mayo de ese año, un colectivo aliancista hace un llamamiento, con la pretensión de contener el resquebrajamiento en la unidad proletaria solicitando la autodisolución de los núcleos anarquistas, actitud que les cuesta en junio ser expulsados de la federación local de Madrid y sobre la que, con posterioridad, se inhibe el Consejo Federal. De este modo, en julio, se crea la "nueva federación madrileña". con la que toma carta de naturaleza en nuestro país la escisión, aunque hay que esperar al espaldarazo oficial que se produce en el Congreso de Córdoba (diciembre de 1872), tras declararse éste abiertamente partidario de las decisiones adoptadas en el de Saint-Imier (septiembre de 1872) que había iniciado la era de los congresos anarquistas.

Esa "nueva federación" es reconocida por el Consejo General de la A.I.T. al mes siguiente de su fundación, pero su fuerza se ve tan drásticamente reducida que a mediados de 1873 tiene que aceptar su disolución, dejando el campo directivo del movimiento obrero a los aliancistas.

P.— ¿Cuál es el comportamiento del obrero español ante los hechos de la Comuna de París?

R.— El eco editorial que encuentra los hechos de la Comuna, así como la celebración de sus aniversarios, en contra de lo que se podría presumir, es escaso. Pero esto no es achacable a una despreocupación del proletariado español al que caló muy hondo este hecho revolucionario, pues se llegan a organizar mítines y conferencias conmemorativas en numerosos puntos del país e, incluso, La Emancipación, abre una suscripción para ayudar a los damnificados que recauda casi 320 pesetas, sino más bien hay que imputarlo a las drásticas medidas que el gobierno adopta ante la eventualidad de que el hecho pudiese reproducirse en nuestro país, alcanzando tal tono las promesas de persecución que como medida preventiva varios líderes obreros (por ejemplo González Morago, Francisco Mora, Anselmo Lorenzo...) deciden abandonarlo, instalándose en Lisboa, estancia que aprovechan para difundir y extender en la capital portuguesa las excelencias de la A.I.T. No celebrándose tampoco el segundo congreso nacional.

P.— ¿Qué impacto produce en las organizaciones obreras la ilegalización de la A.I.T. el 10 de noviembre de 1871?

R.— La declaración de inconstitucionalidad de la A.I.T. decretada por el poder legislativo no es más que el precio pagado por los hechos de la Comuna de París. Ante el temor de que en España pudiese suceder algo parecido, el Congreso abre un debate sobre la legalidad o ilegalidad de la A.I.T.

En su prolongada discusión (octubre-noviembre de 1871) tan solo defienden a la A.I.T. parte de los hombres de la izquierda parlamentaria (Garrido, Castelar, Pí y Margall...), pero no porque estén convencidos de ello sino por el precedente que se sentaba, al tiempo que aparecían ante el proletariado como sus paladines —electoralismo—. Así, el 10 de noviembre de 1871, de 234 votos emitidos sólo 38 le son favorables, pasando oficialmente a la ilegalidad cuando Sagasta rubrica el decreto y\se publica en la Gaceta el 17 de enero del año siguiente.

Pero lo que más irrita al proletariado y a los legalistas de la época es que su disolución se basa en el artículo 4° de la ley sobre asociaciones públicas, ley que, cuando se elaboró, se había pensado como freno frente a la iglesia. De todos modos, en honor a la verdad, el decreto no representó el hundimiento de la organización proletaria, pues el poder fue tolerante y no aplicó en todo su rigor la medida, y así lo demuestra el que las asociaciones continuasen abiertas y se celebrasen los Congresos de Zaragoza, Córdoba y Toledo, aunque ello no evitaba el que la ley estuviese aprobada y en cualquier momento podía materializarse en hechos concretos.


La clase obrera madrileña y la la Internacional (1868-74) (Un análisis de prensa).

Edicusa 1977, 275 pags.